viernes, 28 de diciembre de 2018

La fuerza de un adjetivo: decente

El adjetivo era el segundo de mis artefactos constructores. En mi novela El fósil vivo necesité  construir al Primer decente y para ello sólo tuve que rememorar una anécdota; mi imaginación hizo el resto.
Fue en una comida cuando uno de mis maestros filósofos contó las "aventuras" de un conocido, un hombre eternamente obsesionado con sacar una plaza en "salvaje" oposición, pero la anhelada plaza se le resistía. Al final, ya en su lecho de muerte consiguió ganar el concurso; era un hombre tan decente que tuvo que esperar la muerte para conseguir su reconocimiento, porque en nuestra sociedad parece difícil que la decencia sea amiga del éxito. Como puede verse es una historia usual, pero a mí me produjo mucha ternura, me conmovió, a pesar de que al comenzar a escuchar la historia todos nos reímos mucho.
Al primer decente lo llamé Modesto Bauer. A él le colgué todas las desventuras que se me ocurrieron y, como cada vez el personaje tenía más fuerza, le propuse como cabecilla de toda una generación, los sobresalidos -La generación del 97-, y a todos ellos les adjudiqué innumerables contratiempos, esos que la literatura les tenía preparados. Todas las novelas que escribieron parecían no tener repercusión en ese mundo oscuro en el que mi ocurrencia les permitió vivir,  en  Hispalerdia, como llamé al este de Hispania, la Hispania donde el sentido común nunca llega. 



Me venía al pelo todo un desideratum de escritos que nunca tendrían repercusión en ese mundo. Incluso inventé la manera de ejecutarles -con las intelectuaciones sumarias-, no sólo iban a ser escritores proscritos, sino que, como buenos seguidores de las desventuras de su maestro Don Modesto Bauer, deberían también compartir dichas desventuras. Los sobresalidos compartían fanguillo con los rupestres, los vulgares seres que anhelaban una extinción, a la que siempre se abocaban.
La decencia -la substantivación del adjetivo decente- debería, después de invadir la literatura, esparcirse por todas las facetas del mundo. Ese era el deseo de Ausonio, mi narrador de El fósil vivo.


2 comentarios:

  1. He leído todas tus novelas y, si no recuerdo mal, "El fósil vivo" es tu primera novela publicada dentro de tu trilogía, "El Relato Total". Siendo la primera, me parece la más compleja, sobre manera por la cantidad de neologismos que empleas, ¿necesitabas inventar una ontología nueva para ese mundo decente que reclamabas? También me gustaría saber si la propia idea de construir una trilogía se constituye, en sí misma, en un artefacto constructor. Un saludo

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  2. Muchas gracias por tu comentario, el cual describe tu magnífica capacidad de lectura.
    Sí, por supuesto, la decencia al estar denostada en nuestra cultura me obligaba a inventarle a la carta una ontología a la medida, una fantástica sociedad con anhelos nuevos poco creíbles.
    También tienes razón respecto a la segunda pregunta: la pretensión de escribir una trilogía, por sí misma, se convierte en artefacto constructor, en este concepto que yo utilizo para explicar las motivaciones de la escritura.

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