sábado, 22 de diciembre de 2018

Residencia de quemados. La fuerza de una idea-argumento

Sigo con el mismo artefacto constructor que en la entrada anterior, la idea, pero en este otro caso ella es tan contundente como un argumento. 
¿Cómo construí Residencia de Quemados? Mi cabeza acababa de parir una idea-argumento: todo psicólogo debe introducir en el paciente el  tumor que luego debe extirpar. 
La idea me parecía tan sofisticada que se introdujo en el argumento, más aún, se erigió como argumento. Después, para continuar con mi construcción tuve que tomar cuatro decisiones, y como resultado creé los personajes, mis quemados, mis cuatro pacientes. Los cuatro con patologías psicológicas banales, lo que justificaría las malas artes de la psicología clínica, que era justamente de lo que yo quería hablar.   
¿Quién no conoce a un adivina qué, un clóchina, un chipirón incapaz de hablar, o lo que es igual, que miente más que habla? Es sabido que quien no dice lo que piensa miente. Adivina qué es el nombre de mi monológico, una figura odiada por mí desde la juventud.
O ¿quién no tiene un amigo blandito de esos que piensan con los sentimientos? Un sazonado corazón.
O ¿alguien obsesionado con el dinero, que no ve otra cosa en el mundo que el oro? Un hombre de oro.
¿Y una mujer fantástica, de esas activistas del tiempo, que lo estiran para fabricarse actividades que anulen su frustración?
¿Qué me quedaba por hacer?  Necesitaba una psicóloga y me vino a la cabeza una figura, un trozo de barro tosco, de él modelé a Clara, mi psicóloga  y terapeuta preferida. Clara iba a entender muy bien el argumento,  y entonces ya era fácil establecer su diagnóstico: mis cuatro quemados padecían algo tan común como la falta de carácter, lo que les hacía candidatos para introducirles, en las terapias de su consulta, el tumor que la recién estrenada terapeuta debería luego extirpar.


A mi novela le quedaba la decisión más difícil, el personaje estrella y regulativo. Entonces se me ocurrió una princesa, Ruta -la princesa de Arcano-, el hallazgo magnífico que destila fuerza y carácter, el contrapunto contra mis blanditos quemados. Ruta representa la imaginación, la ficción en estado puro.






2 comentarios:

  1. Alfredo, leyendo tu entrada anterior y esta nueva, me da la sensación que este ladrillo o artefacto constructor que llamas "idea" es el central, el elemento que permite la propia creación y desarrollo del argumento. ¿Es esto así? Y en caso afirmativo, ¿crees que, por tanto, toda novela tiene necesariamente que partir de este artefacto? ¿Hay novelas sin él? ¿O más bien hay escritores que escriben sin conciencia metaliteraria y, en este caso, no saben que emplean tal instrumento?

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  2. Gracias Elena por tu comentario, acertado como siempre.
    Sí, así es en mi caso, la idea-argumento se me plantea obsesivamente hasta que la repito cuantas veces sea necesario para que la entienda cualquier lector. Evidentemente no todas las novelas precisan de este artefacto, sólo las que elevan las ideas a la categoría de personajes.
    Creo que desgraciadamente algunos escritores carecen de esa conciencia metaliteraria, esa que para mí es muy importante, en algunos casos, adquiere el estatus de ser la razón principal de la novela.

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