martes, 8 de octubre de 2019

La antipintura, el anti-retrato. ¿A quién odia la anti-Monalisa?

En mi pequeña excursión por un Museo de Washington me tropecé con un retrato, la anti-Monalisa de Leonardo da Vinci. En esta ocasión la mujer rebosa odio en su expresión, en su mirada; es un retrato muy bello, pero con la belleza de la mala leche, de un mal humor contenido, si ello es posible. Otra vez don Leonardo nos obliga a la ambigüedad, a tener que reflexionar sobre el "casi": si la Monalisa casi se reía, o si la anti-Monalisa casi añora un escupitajo. ¿Tiene rabia en la mirada, odio en su talante, un sofisticado carácter propio de una  psicología  rabosa, o simplemente es una acérrima monológica, o a lo mejor solamente es... mala? Se podría decir que la mujer del retrato tiene una mala leche "enigmática", casi  eginética. ¿Pero, a quién odia tanto esta  anti-Monalisa? 



Nuevamente, es un misterio. 
Todo parece una reflexión, una interpretación del escritor que llevo dentro. No hablo del  retrato de una señora con biceps de culturista, ni con un más o menos poblado bigote, ni tan siquiera, con un chupachups entre los labios. 
Ya ha sido complicado llegar a un acuerdo de interpretación sobre la obra de Leonardo, la Monalisa, la que todo el mundo conoce, la obra de Leonardo por antonomasia.
¿Cómo resolver el enigma histórico sobre la supuesta sonrisa de la Monalisa? Un alto porcentaje de expertos la ven con una sonrisa a medias, un sonrío "y... no quiero". Algunos la han llamado una sonrisa eginética. Parece que Leonardo era propenso a los rostros enigmáticos, pero por mucho que pretendiese dibujar rostros neutrales, no creo que le saliera perfecto. 
El retrato del que ahora hablo me lleva a una reflexión, esa es la costumbre del literato. Igual que en ese retrato la neutralidad la pone el benévolo observador, siempre y cuando esté repleto de sanas intenciones, en el caso de mis antinarradores -de los que pronto espero dar cuenta-, también gozan de esa supuesta neutralidad, en este caso la de los lectores, espero.
Mi antinarrador narra, pero no está atento ni a la belleza, ni a la perfección del texto, ni siquiera atiende a la corrección política, esa que a todo literato-narrador se le supone, no; la figura de mi anti-narrador es la de un narrador incapacitado, sin dotes para la observación que todo narrador precisa, es un narrador que nunca debió serlo.
La magnífica colección del museo, hecha a golpe de talonario, lo cual no le quita ningún mérito, incluso con su Vincent van Gogh correspondiente, tropezó, de nuevo, con mi mirada literaria -mi deformación profesional-. Encontré otro hallazgo, un magnífico cuadro en blanco y negro, de los que hacen propaganda a las fotos antiguas, esas que abominan de los colorines. No conocía al pintor Jan Gossaert ni a su cuadro titulado San Jerónimo penitente, pero después de admirar su obra -lo que me confirmó que tanto su temática como su destreza eran usuales-, no pude entender por qué un artista descuida sus herramientas -en este caso los colores- para pintar un cuadro, nuevamente necesité elucubrar.



San Jerónimo mira con cierto dolor a un crucificado, a mi "eterno victimado". Cerca de él se haya un encapuchado sobre un presunto dromedario, con la mano en alto, como queriendo golpear a alguien. Más arriba, un señor tiene un perro, de grandes dimensiones -perro, tigre, lince o ternero de frisona, quién sabe-, acariciándole, más arriba una catedral gótica que se eleva al borde de un acantilado.
Nuestro crucificado parece sonreír, lo cual no es muy adecuado. Su madero, su tormento, está enclavado en un árbol sin hojas, y al final hay un a modo de pequeño lago que da a un castillo algo siniestro. San Jerónimo, rodilla en suelo y cuchillo en mano, debe de querer algo, ¡vete y busca!
Los artefactos que se encuentran en el "retrato", la túnica bien tratada, la cabeza del monstruo junto a Jerónimo, las rocas, la catedral, el castillo y el campanario, más un montón más de detalles, estarán ahí por algo. ¡Qué pena no saber!
Tanta imaginación y fantasía desbordada en los objetos y las figuras, todo ello con magnífica disposición, sin olvidar, la luz tan tenebrosa del cuadro, esas tinieblas muy propias del blanco y negro, las sombras bien tratadas, la "luz tan oscura" que marca la perfecta perspectiva de los edificios imaginados con sus volúmenes. Todo ello obligó a mis sentidos a pararse en el cuadro, necesitaba comprender o discernir entre lo importante y lo más accesorio, entre el adorno y lo necesario.
Me gustaría conocer la auténticas motivaciones del autor para obviar los colores. A lo mejor quería que su recurso, para que la posteridad lo apreciase, fuese separarse de los recursos tan "facilones" como son el color y la luz.

2 comentarios:

  1. Me parecen excelentes los dos cuadros que nos muestras y la reflexión tuya sobre la antipintura y antirretrato. Me dejas en suspenso con la figura del antinarrador. ¿Realmente es posible esa figura? ¿Es posible que un antinarrador narre o, más bien, antinarra? Parece totalmente antiintuitivo. Me gustaría que justificases algo más la nueva figura literaria que propones.

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  2. Gracias Elena por tu comentario, el cual me hace reflexionar al respecto del antinarrador.
    Este es una figura muy difícil, y como bien dices, antiintuitiva. No creo que el antinarrador pueda antinarrar, más bien creo que solamente podrá narrar deficientemente, al menos, eso es lo que yo intento.
    Esta figura literaria funcionó desde que encontré un relato creado para ella. De no ser así sería imposible para un escritor imitar la forma de escribir deficiente, la del narrador que lejos de querer ser más, quiere ser menos.

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