sábado, 14 de junio de 2025

¿Qué es "La Paraeta"?

     Cuesta mucho etiquetar una obra, pero La Paraeta es una novela diferente, porque precisa del apelativo de antinovela. Sí, La Paraeta es otra cosa, es diferente.

    En esta entrada voy a hablar de tres aspectos de mi novela que jamás había encontrado en una misma obra y menos aún los tres juntos y combinados:

    En primer lugar, mi novela precisaba un gran espacio en el que meter el sentido del humor. No podía contar nada de Severo -mi protagonista- y de su saga familiar sin adornarlo primero con toques de mi sarcasmo, y eso, que, como es sabido, la hilaridad o la comicidad es algo absolutamente subjetivo. Voy a poner al menos un ejemplo de ese sarcasmo usado en La Paraeta. Aviso, no solo es grosero, es surrealista. El ejemplo se refiere a una escena de cama en la que Severo y su esposa, la Juana, juegan a esos, ¿cómo diríamos?, a esos juegecitos previos al acto sexual. El juego entre ambos suponía pedirle al otro cosas inusualmente posibles, mejor aún, absolutamente irrealizables; dos amenas soledades forman una amena pareja, esto le dice Severo a su media naranjita:

    "-Si quieres me trasformo en tarta de bodas... o en Tarzán, o me trasformo en tren de la bruja, o ¿quieres que me convierta en cura?  Así estuvieron un rato con gran imaginación (...)           -¿Quieres que me trasforme en recibo de la luz? -dijo por último. ¡Qué gracia tiene Severo!"

    Tal cual concluye este apartado mi narrador.    

    Segundo aspecto novedoso, mi antinovela La Paraeta la arremete contra la belleza estándar -algo a lo que muy pocos se atreverían-: ir contra la belleza y la narrativa estándar. ¿Cómo derribar todos esos pilares antiguos adoptados por la cultura -por todos apreciada-, los pilares del canon de la belleza? Tenía que escribir olvidando lo heredado, toda esa austeridad narrativa que opta exclusivamente por la belleza. ¡Qué difícil se me hacía escribir mal! y ¡adrede, nada menos! Todavía más, siendo un amante de la literatura me predispuse a abominar de ella, digo más, me sobraba cualquiera de los cánones que siempre había utilizado.

    Y por último, hablaré del tercer aspecto, el más importante, el necesario para que La Paraeta sea vista como otra cosa, y, para que sea entendida en su totalidad. 

    Me saqué de la manga un narrador deficiente, un narrador iliterario, una figura impresentable para cualquier intento literario ¡Menudo hallazgo! Esto lo hice por primera vez, lo que supuso para mí todo un reto cognitivo: nadie puede imaginarse lo difícil que es escribir mal, meterse en una cabeza poco ilustrada, y, sobre todo, introducirse en esa mente prodigiosa que solamente suelta barbaridades. 

    Necesitaba expoliar cualquier metáfora, aborrecer la coherencia literaria, y, huir de la profundidad a la que la literatura nos tiene acostumbrados; las barbaridades de las que hablo se le ocurren a mi narrador geniecillo, al hablar de cosas triviales de este mundo, cosa que hace muy asiduamente; pero no solo eso, también se cree un genio cuando narra los entresijos más sofisticados, los sentimientos de cualquier personaje, porque su mente no para, incluso se cree un prodigio de la psicología ¡Qué pena!               




jueves, 22 de mayo de 2025

La Paraeta: el costumbrismo parroquial

    La Paraeta salió hace pocos días del horno.

    Una antinovela, La Paraeta es mi nueva propuesta literaria, este es la primera obra contra el costumbrismo. La Paraeta es la historia de un pueblo, La Paraeta es mi Regenta. Espero que algún día, no muy lejano, se pueda hablar de la literatura de los pueblos. Esa era mi pretensión: darle un hachazo -o paraetazo- a ese costumbrismo recalcitrante.

 

    Así hablaba en otra entrada anterior, el nueve de enero del año 2024, del costumbrismo. La entrada se titulaba "La fascinación por el costumbrismo: el narrador paleto en Navidad":

Esta novela -La Paraeta- será la primera en la que utilizaré mi nuevo costumbrismo; lo llamaré el costumbrismo de la Montañeta, o el costumbrismo de Torrente-Arcanente. Con dicha novela comienza mi homenaje a Edith Warthon. Es verdad que cualquier costumbrismo se asienta en el conocimiento de los paletos, unos más listos que los otros, pero paletos al fin. 

De la misma manera en la que Warthon describe su Manhattan, y  su Quinta Avenida antes de ser lo que ahora es -magnífica obra La edad de la inocencia- yo describo mi pueblo, su avenida principal con su Fuente de las ranas, la avenida que al llegar a su final nos lleva a la Montañeta.

    Tengo necesidad de seguir hablando de este costumbrismo tan recalcitrante, del que hablé las anteriores navidades.

    ¿Cómo llamar a este modo diferente de narrar? Muy pronto me vino un nombre, el costumbrismo moral, o mejor dicho todavía, el costumbrismo parroquial. ¿Quién, entre sus recuerdos más tempranos, no encuentra la parroquia en la que se desarrollaban? Y con parroquia me refiero a pueblo, barriada, calle, barranco, esquina o chaflán, lo que sea.

    ¿Quién no tiene uno de esos? ¿Un Montoro, un Don Benito o un Manhattan? Yo tengo mi pueblo, por lo que podríamos llamarlo costumbrismo torrentino o mediterráneo, o simplemente, costumbrismo -sorollano- marítimo, pese a esos quince kilómetros de distancia, más o menos, a los que mi pueblo está del mar.

    La antinovela fue un experimento, un experimento con una única intención: meter toda la sensibilidad de mi historia con la herramienta de la vulgaridad humana, intención poco manida. No creáis que estoy contra la belleza un tanto artificial de esos mundos irreales e imaginarios y demás criaturas raras de las que se nutre la literatura -no pretendo enturbiar ni los mundos ni las criaturas-. Pero, eso sí, hoy puedo decir que nos encontramos ante un realismo... un realismo algo chabacano, para lo que precisé escribir de manera diferente: el escritor debe ser versátil.