viernes, 10 de enero de 2025

La última posteridad. La posteridad que acabó ayer

Como decía ya el 5 de abril de 2021:

"(...) la posteridad humana no puede ser otra cosa que recogidita, tenerla a la mano, al gusto propio, y no solo eso, además deberá ser imaginada, o simplemente, tendrá que vérselas con otras creaciones imaginarias, lo que nos mete de lleno en un círculo vicioso: la posteridad imaginada construida solamente con creaciones de obras y personajes imaginarios". 

Sí, la posteridad debería ser `recogidita´, pero hoy, lo que noto, lo que  se me ocurre es un postericidio involuntario: la última posteridad, esa que debía, empezar mañana, acabó ayer: la perspectiva que tenemos del futuro se ha llevado a la posteridad tal y como la entendíamos antes. El mundo como yo lo entendía, tal como mis ojos lo veían, ha muerto ¡cómo cuesta ser optimista! 

Además, esperamos que terminen las dos guerras que tenemos encima, sí, esas dos pequeñitas, porque hay otras que llevan décadas activas, y ya acabada la pandemia del Covid que tanto daño -imprevisible- nos hizo, solo nos quedará el cambio climático, el que en absoluto parece estar controlado ¿verdad? Los tres acontecimientos que marcan esta perspectiva del futuro que tanto queríamos controlar, los tres -guerras, Covid y cambio climático-, han aniquilado a la posteridad y a los lectores, los lectores están  muertos, a su pesar, porque mira que son persistentes, o lo que es lo mismo, que todos los lectores que siempre me entienden están tristes; igual le ocurre a toda la gente inteligente. 

De igual modo, la posteridad, la última posteridad, la que ya fue, se cargó de un plumazo las motivaciones de los escritores: ¿para qué escribir si ya no hay posibilidad de una posteridad futura? Solo tenemos una posteridad pasada, esa ha sido la última. Se me hace una contradicción semántica enlazar estos dos términos: última y posteridad.

Podríamos pensar que la aniquilación de la posteridad es solo algo coyuntural, pero ¡menuda coyuntura! cuando dentro de ella, escondida, se encuentra la nada, la nueva nada  que orbita junto a sus planetas, por lo que deduzco que la última posteridad, lo único que nos ha pedido es que nos callemos pronto, o simplemente que digamos la verdad. Habría que hacer algo, como por ejemplo pasar  un trapito a la mugre de todo este presente. De este modo, tal vez pudiéramos recuperar a una futura posteridad.

La posteridad, lo más grandioso y persistente que vi nunca lo llenaba todo, pero desde ayer camina hacia atrás. ¿Cómo terminar ayer algo que todavía no ha sido? De todos modos, no me parece inteligente esperar con ansiedad un tren que pasó hace tiempo.

Dicho de otra forma, estamos inmersos en este `postericidio´ como si fuera algo involuntario. Y deberíamos estar felices porque la posteridad hubiese terminado ya; de esta manera, al fin y al cabo, se nos pasaría de golpe la responsabilidad que tenemos, esa exigencia autoimpuesta. ¡Qué bien! ¡Cómo relaja sentir que la posteridad se ha terminado! Así acabó lo que se tragaba la felicidad y la calma, la posteridad se queda como concepto, ahora refugiada, escondida, en los cuarteles de invierno. Pero, ¡qué difícil dejar la puerta abierta al sentimiento de la felicidad cuando el mundo está lleno de tristezas! 

 

 


 

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Listado o vademécum actualizado de los recuerdos

En esta entrada continúo el tema que traté el 1 de abril del 2022 sobre mi catálogo de recuerdos. Tras releer la entrada comprendí que debía actualizar la lista, repararla, como si dijéramos, actualizar dicho catálogo o vademécum de recuerdos.

Este catálogo, a modo de lista u ocurrencia, parecerá un tanto desordenado, además, lo explicaré como  algo subjetivo, lo que quiere decir que podrá ser ampliado por cualquiera al que se le ocurra otra propuesta. A mí, personalmente, me agradaría tener un listado completo de los tipos de recuerdos, ¡Cómo me gustaría!  Como podrán imaginar la lista sería casi infinita, porque de cada adjetivo -incluso de cada sustantivo-  me viene a la mente un tipo de recuerdo. Aunque es bien difícil hacer este vademécum completo, como había prometido en mi entrada anterior, me conformaré con hacer una pequeña listilla:

Imaginarios o ficticios como el del maniquí que conté en la entrada anterior: el maniquí fue el recuerdo de algo imaginado hace años. Recuerdos reales, inventados, recuerdos soñados, con reminiscencias a los sueños reales, o sin ellas, recuerdos verdaderos o falsos -que nada tienen que ver con los recuerdos contrafácticos. ¡Vete y busca! Sigo, recuerdos ortopédicos, lentos, sucios, salvavidas, rancios, macabros, recuerdos repugnantes, raídos, usados, manidos, percudidos, resabiados, extraños, recuerdos floreales o, mejor dicho, floridos, recuerdos foto, recuerdos instantáneos, recuerdos montaje y recuerdos en directo o en diferido.  ¡Ah! se me olvidaban  los recuerdos intelectivos, como por ejemplo son los recuerdos de sensaciones, o de estados emocionales, etc.

¿Y los recuerdos de mis recuerdos, listos siempre al atardecer de mi memoria?

Exacto. La memoria es otra cosa -aunque parece lo mismo-, porque es una facultad que actúa por su cuenta, al dictado de su único recurso, las emociones. Ella rellena el hueco agujereado por los recuerdos, o lo que es lo mismo, que lo que no entienden mis recuerdos lo rellena mi memoria. La memoria actúa igual que las emociones que rellenan lo que la comprensión y las explicaciones no consiguen completar, por más que lo quieran.

Para terminar diré que los recuerdos añaden a mi vida trascendencia, agrandan mi cobijo, y, por lo mismo, se llevan las sombras. Con solo nombrarlos -los recuerdos- se regenera mi talento, mis obsesiones, la omnipotencia de mi día a día. Cada vez que llamo a mi recuerdo desaparece todo el horror, porque se lleva la indecisión de las emociones. El recuerdo lo envuelve todo con su inapelable verdad.

jueves, 5 de septiembre de 2024

Lo que está presente es perenne. El recuerdo como herramienta literaria

    La memoria necesita una herramienta cuando se pone al servicio de la literatura. En mi opinión, la mejor herramienta serían los recuerdos: son el único capital humano que puede utilizar la literatura.

    ¿Qué se puede hacer con los recuerdos? Lo mejor que podemos hacer es aprovecharlos ¡para que no se pierdan!

    ¿Qué hacer con las anécdotas, los recuerdos más golosos? Se les podría pasar un trapito narrativo; de este modo se presentarían como recuerdos normalitos aunque tamizados: se fijarían en la memoria tras hacerse literarios, lo que conseguirá mantenerlos vivos.

    Mis actuales antinovelas son el producto de dicho aprovechamiento literario. Estas obras son construidas con muchos de mis recuerdos. Utilizo cada recuerdo de la infancia, lo repienso mil veces, hasta que adquiere la condición de carne de novela -recuerdo ya tamizado y trastocado, con él puedo hacer lo que quiera-. Pondré un ejemplo de cómo se montan los recuerdos -cómo se construyen-, tal como lo expliqué en una vieja entrada, la del trece de agosto del año 2021, en plena pandemia: 

 Pero ¿cómo se monta un recuerdo, si solo disponemos de un chispazo primigenio? 
Tengo al menos dos chispazos en el margen de mis recuerdos: la palangana y la albóndiga. Mi madre de niño me bañaba en un barreño, cubo, piscina olímpica o simple palangana de zinc. ¿Puede una simple palangana trasformarse en piscina olímpica? ¿Y el niño gordito podía vestir pañales de neopreno? Todas esas visiones han sido verdaderas, pero ¿cuál es la primigenia? ¿Cuál es el recuerdo auténtico? Solo puedo garantizar una cosa, que esto ocurrió al amanecer de un día. Desde ese momento tuve que montar el recuerdo.

    Las narraciones, cuales quiera que sean, permiten montar recuerdos. En el ejemplo de la palangana fue mi madre quien me lo contó y tras escucharlo, qué se yo la de veces, lo montó mi mente como quiso.  

    También mi madre que luchaba contra mi hambre feroz me regaló una inmensa bola de carne, una albóndiga, inusual comida para un bebé sin dientes todavía. ¡Qué felicidad debió sentir ese crió! Eso creo. Tuvo que ocurrir en el atardecer de un día. El manjar se convirtió en albóndiga años después, cuando mi madre lo relataba. Fue ella quien se hizo cargo del montaje. Yo me quedé con mi recuerdo...

    Es evidente que un bebé no tiene la consciencia necesaria para fabricar un recuerdo tan sofisticado. De nuevo mi madre es la culpable del recuerdo, ella fue la narradora de la que hablo, la montadora de recuerdos. Precisamos de un narrador, o cualquier personaje, para trasformar un simple bocado en un manjar, o una mojadura de palangana en un precioso baño dominical. De nuevo el chispazo, una vez moldeado, se disfraza de manjar adulto. ¡Qué puede hacerle el ofuscado olvido a la felicidad de la palangana, o al delicioso bocado  de la albóndiga!

    Hasta aquí la reflexión de la entrada de hace años. Uno quisiera no poder olvidar ambos chispazos.

     También  las fotografías reconstruyen los recuerdos: vemos una foto y alrededor de ella montamos el recuerdo, la foto nos reaviva la historia de ese momento. 

 
Foto recuerdo Judo (Japón) 

    Y, ¿cómo hacer para que los recuerdos adopten la condición de ser  perennes? Será necesario antes hacerlos valiosos. En eso pensé las últimas noches, lo que hizo que me costara tanto dormir, y mira que soy disciplinado, incluso apunto las cosas en mi libreta antes de conciliar el sueño. 

    Al final llegué a una conclusión: los recuerdos valiosos, como los de viajes o comidas con amigos, las reflexiones más sofisticadas de las conversaciones, etcétera, tienen siempre que estar dentro de nosotros, así adquirirán la categoría de configurativos; de este modo se pegarán a nuestro talante, como hace cualquier dedo con su moco. Quiero decir, que una vez recordados pasarán a formar parte de nuestro acervo psicológico, de nuestra historia. Lo que está presente es perenne. De nuevo, el olvido poco tiene que hacer.

    Quiero hablar ahora de los recuerdos imaginarios, o recuerdos ficticios, como también podrían llamarse. Pondré un ejemplo: tras escuchar una canción de Serrat titulada Maniquí, ¿quién no se ha imaginado rompiendo un cristal "de una pedrada", para después robar un maniquí, el mismo que "hacía más tierna mi acera" mientras "todo su cuerpo me tembló en los brazos"? Cuántas veces me ha asaltado ese recuerdo imaginario, aunque ahora este sea solamente el recuerdo de un recuerdo, sí, pero es el recuerdo de un recuerdo imaginario:  pensado por nuestra mente imaginadora, la misma mente que los monta, ya trasformados en recuerdos ficticios, por supuesto, una vez estén bien adornados. ¿Quién no ha robado después de esta canción un maniquí? ¡Vete y busca!

    La vida de los recuerdos parece inabarcable, sobre todo, cuando sabemos que muchos de ellos no son más que recuerdos de los recuerdos de otros, sin hablar de los contrafácticos, todos los posibles sucesos que se nos pueden ocurrir, eso sí, trastocados por nuestra imaginación. 

    Y no podemos olvidar la novedosa creencia que afirma que todos los recuerdos son falsos. Estamos apañados.

    Se me ocurre que los recuerdos -estirándolos tal cual- no solamente son una herramienta para la literatura, sino la única herramienta con la que se componen las novelas. Si tengo razón, los recuerdos son herramientas que valen para todo, incluso para sobrevivir. ¿Qué haríamos sin ellos? 

    Tendré que hacer próximamente un listado de los diferentes tipos de recuerdos que se me ocurren.



martes, 9 de enero de 2024

La fascinación por el costumbrismo: el narrador paleto en Navidad

 Comenzaré esta reflexión recordando el último párrafo de mi antigua entrada del 12 de Julio del 21. Así concluía esta: 

Invento -o creo- una mente distorsionada: mi narrador paleto, sin talento para la narración. Esa, y ninguna otra, es su valía. Necesito dar visos de congruencia a la total incongruencia. Apostarlo todo a un narrador tan paleto que se cree un superdotado ¡Anda que no es difícil!

Esta novela -La Paraeta- será la primera en la que utilizaré mi nuevo costumbrismo; lo llamaré el costumbrismo de la Montañeta, o el costumbrismo de Arcanente. Con dicha novela comienza mi homenaje a Edith Warthon. Es verdad que cualquier costumbrismo se asienta en el conocimiento de los paletos, unos más listos que los otros, pero paletos al fin.

De la misma forma en la que Warthon describe su Manhattan, y su Quinta Avenida antes de ser lo que ahora es -magnífica obra La edad de la inocencia- yo describo mi pueblo, su avenida principal con su Fuente de las ranas, la avenida que al llegar a su final nos lleva a la Montañeta. En dicho pueblo al que yo llamo Arcanente -porque de su verdadero nombre no quiero acordarme- nace mi narrador paleto, un levantino de pura cepa, o lo que sin ser lo mismo es igual, un valenciano de interior, por mucho que diga haber nacido en el Mediterráneo. Cada lugar tiene en exclusividad sus paletos. De dicho `pueblecillo´ extraje la figura del paleto socarrón, de ese lugar surge el costumbrismo de la Montañeta.

Mi nuevo costumbrismo imita a Edith Warthon, pero rompe con los anteriores costumbrismos. ¿A quién le interesa lo cercano, algo que está arrinconado en la literatura? Pues a todo el mundo parece interesarle, a todos agrada que alguien hable  de las creencias estúpidas de su pueblo. Me pregunto, ¿será por eso por lo que el costumbrismo produce tamaña fascinación?

¿Y qué es un paleto? Un paleto es para mí un "glocalista". intentaré explicar esto. En este mundo tendente a la globalización, un filósofo como Ulrich Beck sacó de su manga el término "glocal", y usando una simple analogía con la palabra globalización -y siendo un tanto imaginativo- se me ocurre el término "glocalización". ¿A quién no se le ocurriría eso? Resumiendo, mi "glocalista" no es otra cosa que alguien con una manera peculiar de mirar, alguien que disfruta de su estado mental, el del lugar en el que nació, pero, que al mismo tiempo, tiene aspiraciones globales. Estirando un poco, con un pasito cortito, podríamos decir que la "glocalización" es el paletismo de los pueblos camuflado con tintes universales.

Este costumbrismo, al ser tan inusual, contiene una forma peculiar de narrar. Es fácil deducir que hablo, no de una novela al uso, sino de una antinovela. Pero ¡qué difícil se me hace pensar en una antinovela, sin tener diseñado de antemano un narador-personaje!, la figura de la que hablé en la anterior entrada.

¿Qué es para mí, a grandes rasgos, la antinovela? Ya hablaremos de ello, porque es el momento del costumbrismo y el paleto lo que nos ocupa. Solo apuntaré algunos parámetros, por ejemplo: que la antinovela se muestra -para mí- en contra de toda la literatura descriptiva, esa que desborda su belleza de bote; está en contra, además, de los narradores superdotados, de los que se muestran rellenos de recursos estéticos literarios, sí, de esos narradores que se salen de listos, con su chola a rebosar de tanta omnisciencia; y sobre todo, la antinovela pone en cuestión las relaciones -estereotipadas- con los lectores, quiero decir, se mantiene en contra de satisfacer a los lectores.

Esta Navidad se me está haciendo muy larga divagando con ese costumbrismo tan recalcitrante.


sábado, 16 de diciembre de 2023

Mi reto: el narrador-personaje

    Estos son mis planes de Navidad. Para los que me siguen, este mes hablaremos del narrador-personaje, y lo haré desde La Paraeta, ya que es en esta novela en la que utilizo dicha figura literaria. Parece una tarea imposible, la de unir estos dos conceptos -el de narrador y el de personaje- en uno solo.

     Por lo general, el narrador, por muy peculiar que se presente, suele quedar, si no al margen de la historia, sí en la segunda fila de los caracteres importantes. Mi narrador de La Paraeta, en cambio, goza de toda la relevancia, llegando a ser un personaje principal. Para que pudiera narrar tuve que hacer un esfuerzo inusual, tuve que meterme en su piel cognitiva -si puede llamarse así-, en la que además de contener toda una idiosincrasia de un personaje de ficción,  funciona con su cabezota repleta por toda la sittlihckeit -lo que  en ética llamamos, lo sabido y querido por todos-. Lo que he apodado como la piel cognitiva no es otra cosa que toda la basura que se nos pega al nacer, todos esos juicios y prejuicios propios de la zona donde somos alumbrados. Mi narrador-personaje contiene esa Sittlichkeit, por haber nacido en un pueblo del Levante, de cuyo nombre no puedo acordarme.

    Por si fuera poco, mi narrador, como cualquier humano -mal que le pese-, contiene una subjetividad muy sofisticada, o sea, que para escribir esta novela tuve que meterme en otro mundo y así lo hice: me introduje en el mundo de un tío mío, en esa chola tan..., tan variopinta; me apropié de todos sus recuerdos, y los puse al servicio de los míos.

     Pondré solo un ejemplo del tono de este narrador-personaje que había escogido. Miren cómo habla este fenómeno de la Naturaleza en las primeras páginas de La Paraeta, concretamente en el epígrafe "Dos cajones y la travesura de Cloti":

Yo no quiero que quien lea esto sienta que le quiero convencer de algo. Las novelas modernas muestran, no sientan cátedra. Yo no quiero llevar a nadie de la mano, sino que saque cada cual sus conclusiones.
    Aparentemente, solo aparentemente, tiene buenas intenciones ¿verdad? Hay que seguirle -y con arrestos- para conocer sus adentros.
    Esto pensaba cuando entró en mi cabeza el reto de La Paraeta, y de esta manera escribí mis propósitos, hace bastante tiempo, en una entrada del 12 de Julio del 21. Me gusta recordarlo:
En este momento me propongo algo más difícil: intento que la omnisciencia clásica del narrador -esa que a todos tanto apetece, y a la que nadie hace ascos-, esté en entredicho, es decir, que mis narradores dejen de ser unos superdotados repletos de metáforas, y que todo parecen saberlo, pues nada se les escapa; necesito que se comporten tan solo como simples humanos.

Como podéis imaginar es difícil narrar sin la omnisciencia a la que la literatura nos tiene acostumbrados. 

Próximamente -dios mediante- hablaré de mi nuevo costumbrismo, un costumbrismo que imita a Edith Wharton, pero con un baño socarrón. De dicha conjunción -si es eso posible- extraje la figura de mi narrador paleto, un levantino de pura cepa, o lo que es lo mismo, un valenciano de interior, por mucho que se crea nacido en el Mediterráneo.



 

 


 


lunes, 7 de agosto de 2023

El carácter de Elena Hierro, mi pseudónimo preferido

Elena Hierro Guerrero fue mi pseudónimo favorito.

Un día como hoy -un cinco de agosto, con todo el calor-, pero treinta años más tarde que yo, nació Elena, mi pseudónimo favorito, por eso celebro ambos cumpleaños este día.

Elena escribió Residencia de quemados ingresada en un psiquiátrico de donde extrajo su odio a los psicólogos. ¡Qué bien le salió su propuesta de un Relato total! En Residencia de quemados ella se convierte en un personaje más de la novela que detesta a los psicólogos y a todos los que acuden a ellos por una presunta debilidad de carácter.

Más tarde la emprendió en El Fósil vivo contra los peregrinos, contra los turistas, con los que se ensaña a su gusto, y para ellos escribe el Sacrotocho, que contiene la historia de ficción de Don Modesto Bauer; el Sacrotocho es el libro por el que los peregrinos lucharon. Elena para conocer a sus turistas, los llamados bichanclos, tuvo que hacer -al mismo tiempo que yo- un cursillo intensivo en las playas de Valencia, y así comprenderlos, verlos en su salsa

Hoy sigo con el mismo tema, aunque me centraré en otros aspectos. Primero hablaré sobre `la arrogancia de Elena´. Ejemplificaré tal arrogancia con una cita sacada del capítulo "No dar un tonto por perdido" de El fósil vivo. En este capítulo arremete con agresividad contra el hombre sin dos dedos de frente y deja a todos los tontos despellejados. Palabras demoledoras las de Elena:

 

¡Qué hallazgo! “¡No demos un tonto por perdido!” ¡Qué solidaridad! Imagine la horda de noventaysietizantes peregrinando sin descanso por cada rincón o allende, entregándose al prójimo en razones, y eso que el autoritativo rupestre en su autodefensa sentenciaba intelectuaciones y torturas dolorosísimas contra los eruditos

(“La nueva solidaridad: ¡no dar un tonto por perdido”, El fósil vivo, Oviedo, Luna de Abajo, Capítulo XVIII).

 

Ella podía decirlo, yo no. ¿Les parece poco arrogante? Me moría de risa solo de pensarlo. Como ya expuse en el blog, a Elena la caractericé con una fuerte arrogancia de pensamiento, y sobre todo unas maneras de escribir extravagantes, al margen de mí. Elena saca de su cabezota -en Residencia de quemados- al personaje más arrogante que antes yo haya leído, Ruta, la princesa que -como la misma Elena hace- critica todo lo que se mueve: padres, imperios, autoridad, etc.

 

Diseño: Pandiella y Ocio
 

¿Cómo me imaginaba a Elena? ¿A qué se dedicaba? ¿Qué pensaba de la vida? Todo eran preguntas pertinentes para crearla y, sobre todo, quería responder a cómo influía en mi vida. Para contestar a todas estas preguntas, intentaré explicar qué motivación tenía para crear mi pseudónimo. Necesitaba un narrador capaz de decir las cosas que yo no me atrevía ni a pensar siquiera. Como puede verse me encontraba siempre, un día y otro día, autocensurado y ella, en cambio, habló siempre sin censura. Ella y solo ella rompió mi autocensura, el miedo que da decir verdades dolorosas.

Todo pseudónimo se encuentra camuflado en nuestra cabeza, tan dentro de ella que es difícil desincrustarlo. Usurpaba mis pensamientos y me anulaba, como hacen los espíritus que nos poseen. Y esto me gustaba, me sentía cómodo al tenerla en mi cabeza.

Como siempre quería controlarlo todo, tuve que saber cosas de su vida para comprender lo que escribiría ella. Por todo ello quiero decir algo más de su biografía.

Elena era mi amiga imaginaria, mi única amiga ficticia, Elena la arrogante Elena, lista como una ardilla hablaría por sí sola, yo solo tendría que dejarla hablar. Elena era una mujer amargada, de mal carácter, mala en general, en absoluto apacible y muy maleducada. Ella estaba ya sentadita a mi lado cuando estudiaba filosofía, estudiaba conmigo, pero en las mismas clases aprendió una filosofía distinta. ¿Cómo diría yo? Aprendió una filosofía trivializada. Ella sabía cómo trivializarla, lo que es harto difícil, para ello cogía una idea gorda -profunda- y a fuerza de aflacarla -como solo ella sabía hacer-, la dejaba donde más dolía. Al trivializar esta materia la ponía a su servicio, la hacía más comprensible, sobre todo, conseguía que esta disciplina académica se ocupase de cuestiones más humanas, más actuales, en general, más cotidianas.

Mi cabeza la imaginaba estudiosa de la filosofía y también de la literatura, extrayendo de ambas disciplinas su lado más mundano, ese que a ella tanto le interesaba. Toda su biografía podéis encontrarla narrada por ella misma al final de Residencia de quemados.

Para finalizar, Elena nació el mismo día que yo, pero treinta años más tarde.

Como ya he dicho en otra entrada del blog: Elena nació en el Mediterráneo, no en sus profundidades, fue en las veredas, muy cerquita del barro, donde murieron un montón de griegos, o donde sintieron traiciones sus enemigos los romanos. Luego fingí su muerte en un epílogo, el de Residencia de Quemados, en una salita decentemente decorada y encontrándose al límite de sus fuerzas.

Pero Elena realmente murió hace solo quince años. Se la llevó mi enfermedad mortal, fue estando en mi coma cuando no tuve más remedio que firmar su defunción -y eso que tenía muchas cosas que decir.

Posteriormente la enterré y como dice su sobrina en la novela:

 

Nada que contar. Mi tía entró en el nicho sin rechistar.

 

viernes, 5 de agosto de 2022

Una biografía imaginaria

Sigo con la entrada anterior, la del 29 de Abril. Ahora deseo centrarme en los aspectos más, ¿cómo diría?, los aspectos más humanos de este ente tan inmaterial: el pseudónimo que vivió solo en mi cabeza, con una existencia efímera en el tiempo, aunque mucho más prolífica de lo que jamás hubiese imaginado. ¿Cómo podemos hablar de la vida de un pseudónimo? Difícilmente, sí. Intentaré hacer algún esbozo de su biografía imaginaria creada mientras escribía sobre vecinos de aquí y amigos de allá, tal como me convenía. Cada conocido tenía un defecto, o una virtud, ambos siempre valiosos, para que el pseudónimo hablara.

Le puse por nombre Elena Hierro Guerrero ¡Menudo pseudónimo! Me la imaginaba activa cerebralmente, con su cabeza repleta de ideales  inactuales, ideales que a cualquier lector le parecerían de otro mundo, ideales obsesivos para cualquier humano que conozcamos. ¿De dónde sacaría Elena esos ideales? Tuvo que ser de donde nació, porque como tantos otros nació en el Mediterráneo. Le presupuse estudios -de oídas, autodidacta- estudios de filosofía en la facultad de Valencia. Como buen pseudónimo siempre estaba camuflada, aunque la tenía pegada en mi cabeza, incluso a veces usurpando parte de ella, como la obsesión recurrente de quien nos anula, como cuando un espiritu nos posee.

De Elena necesité el odio a los bichanclos -esos turistas que se mueven en masa-, y que después fue fácil introducir en el argumento de El Fósil vivo, y desde una visión muy mágica del mundo. Más tarde le vino el odio a la psicología clínica -la psicología barata-, que tanto daño le hizo a mis más queridos amigos, sobre todo a uno de ellos, -mi amigo el inombrable- mi talentudo también autodidacta y que jamás quiso estudiar,  que solo miró de reojo a la Universidad. Elena, igualmente, quería ser esa sabia sin estudios que cree saberlo todo. Su pésimo carácter, como una amargada incomprendida, poco a poco se me echaba encima.

Elena no pone límites a su odio, sentimiento que le viene de dentro, desde la Albufera al Mediterráneo hasta que sustantiva su odio contra el turismo de masas, y ¡cómo odia a los psicólogos! tan permisivos con las depresiones que confunden una facilona tristeza con una profunda depresión. Hoy día odiaría a los psiólogos diagnosticadores de las ansiedades provocadas por nuestro modo de vida. 

Como siempre quise controlarlo todo, no me conformé con crearle una vida ¡quería más! por eso le puse la arrogancia en el pensar, y sobre todo unas maneras de escribir extravagantes, al margen de mí. Elena siempre estuvo presente en mi vida como el azote a mis convicciones: me enamoré de esa cabeza tan recién estrenada. Pondré un texto significativo de su forma de pensar sobre la escritura, texto que recoge las palabras de Elena a su sobrina poco antes de morir:

Como dije más arriba Elena nació en el Mediterráneo, no en sus profundidades, fue en las veredas, muy cerquita del barro, donde murieron un montón de griegos, o donde sintieron traiciones sus enemigos los romanos. Luego murió -o mejor la maté- en un epílogo, el de Residencia de Quemados, en una salita decentemente decorada.