miércoles, 28 de agosto de 2019

Propuesta metaliteraria: la novela circular en Tomoko cerró mi vieja pretensión de ingeniería literaria

Para escribir Tomoko sólo tenía el judo como carcasa, el recuerdo de mis avatares en ese deporte. En dicho molde-carcasa debía caber todo, y así lo hice: en el judo metí el argumento. Luego mi imaginación provocó que de la indigencia moral de mi  personaje Silvestre extrajera, nada más y nada menos, la novela circular, el último empeño de mi vieja pretensión literaria. 
Necesité para todo eso algunas ideas básicas, que se trasformaron en personajes encubiertos, así llamados por mí, porque mantienen intacta la textura de los personajes, sin los que no se entendería la narración. En esta entrada hablaré sólo de dos: la `penelopez´ y su síntoma la `pasión coagulada´. 
La penelopez era una idea mágica que me agobiaba en mi juventud, y varias personas allegadas la padecieron: la espera infinita que alguien sufre a su pesar, por eso la apodé, mejor dicho, la adjetivé `penelopez involuntaria´. Suele padecerla quien espera a su amor, y  pese a  tenerlo cerca este no llega, como esos sueños recurrentes en los que corremos tras algo siempre inalcanzable.


Mi segundo personaje encubierto, `la pasión coagulada´, en cambio, es el síntoma o padecimiento a lo que irremisiblemente arrastra la penelopez. Tomoko, mi personaje femenino, será la más afectada por esa dolencia, la espera, tan narrada en muchas novelas, pero sin nombre. Podríamos decir que la penelopez es el riesgo, la `contaminación´ capaz de provocar la susodicha coagulación. Pero entonces ¿Qué es la pasión coagulada?... No parece otra cosa que un sentimiento carnificado, el sentimiento hecho carne, o mejor aún, un doloroso coágulo muy peligroso, de serle permitido viajar por el cuerpo, o por cualquier arteria, de esas por las que transitan los sentimientos. La pasión coagulada es una metáfora que da un efecto fisiológico a un sentimiento, algo que parece anti-intuitivo.
No es fácil introducir dichas ideas-personaje en un contexto tan `primario´ -incluso primitivo- como pudiera parecer el judo, pero sólo con imaginar a Tomoko -tan sofisticada y elegante, moviéndose entre el sudor de los luchadores, cual mariposa sobre un pestilente charco- ya no había ningún problema, no es otra cosa que el sentimentalismo en carne viva, y siempre en contradicción con el carácter casi militar de los judokas orientales.


-¿Y cómo se llamaba la mujer?- preguntó Sato mirándome fijamente, como si de mi estremecimiento pudiera averiguar qué hubiera hecho yo, en el lugar de esa mujer.
-Penélope- dijo Silvestre-, se llamaba Penélope, la mujer a la que de tanto esperar se le coaguló la pasión.
Todos se rieron mucho. Incluso yo reí también. ¿Acaso sabía yo que dicha profecía se había inventado para hacerme daño?
Tomoko, capítulo X, p. 163.

4 comentarios:

  1. Me gustan mucho tus personajes encubiertos presentes en tu última novela. Recuerdo que en otra entrada, mencionaste tres personajes encubiertos de "El fósil vivo" -la decencia, el retroceso sustentable y el activismo- los de "Tomoko" me parecen más emocionales. ¿Comparten igualmente la textura de los personajes como dices o por ser emocionales son, precisamente, menos ideológicos?

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  2. Gracias Elena por la sutileza de tu comentario.
    Todos mis personajes encubiertos mantienen la misma `textura´, aunque su diferencia radique en su vestimenta, más o menos emocional; todos son producto de ideas extraídas de mi experiencia, ideas a las que yo intento alargar para que conserven dicha ´textura´. Todos mis personajes encubiertos son ideológicos.

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  3. Parece muy interesante, Alfredo. Enhorabuena. Tendré que hacerme con esa novela.

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  4. Gracias Verso por tus amables palabras. "Tomoko" es mi última novela publicada y representa la vida de los recuerdos, pese a que futuro y presente repiensan el pasado. La pasión coagulada y la Penelopez se convierten en ideas configurativas de la novela. Espero que te guste la novela.

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