viernes, 31 de enero de 2020

El contenido de una onda expansiva

Con sólo dieciocho años estaba en Japón, en la orilla de un  bello lago, frente al monte Fuji manchado, o mejor aún, vestido de blanco, con sus nieves perpetuas. Aún tenía intacta mi voluminosa risa, la misma que todos querían romper mientras gritaban: "esa risa me la cargo yo" . 


Printed in Tokyo by Fukosha Co., Ltd.

Nada todavía podía hacerme daño. Me sentía tan ufano con todas mis opciones sin estrenar, ufano y aligerado, sin el peso de las verdades aprendidas, sin esos desconchones que produce hasta el respirar,  que se caen, que afean nuestra piel recién fabricada. Nadie se atrevió a explicarme que el "punto de vista de la eternidad" no era más que la obsesión con la que se protegen los ilusos. 
¿Pero algo tendría para sentir mis células tan especiales? Efectivamente, a mi favor, mi vida enamorada de la vida, ese optimismo que nadie osaba atacar sin ser descalificado a perpetuidad.
Tenía sólo dieciocho años cuando, sin saber por qué, tiré una insignificante piedra al lago, la tiré lejos, con fuerza, lo que provocó un círculo, una onda que se me acercaba, por un lado, y hacia el Monte Fuji, se movía por el norte. 
Había viajado a Japón para empezar con algo, que al parecer, ya estaba acabando: mi relación con el judo había sido tan intensa que parecía que nada se la iba a cargar; pero quién hubiese imaginado que esa onda expansiva era independiente de mí, que sus diminutas ondas en forma de olas iban a despintar mi pasado, para después dibujarle los límites a mi futuro, o que iban a comerse el tiempo anterior para dibujar el venidero. La piedra estaba cargada de mis secretas intenciones: la filosofía, con todas sus vueltas y revueltas, con sus más de veinte siglos de existencia debería luchar contra la literatura, el pensamiento debería vérselas con las maneras de decirse. La belleza tendría que pedirle permiso a la coherencia, las ideas le iban a pedir permiso a las maneras.
En definitiva, debía hacerme mayor, darle forma a mi joven intelectualidad, la misma a la que el judo golpeaba. 



Pasaron un montón de años hasta que escribí Tomoko, el libro en el que se cruzaron los dos efectos de la onda expansiva, la novela que engloba ambas vidas. En Tomoko, también está disuelto el presente, el recordatorio del pasado y con su visión mágica del futuro, de esa posteridad que contiene un cambio de sociedad, que afecta a los posibles lectores.
Uno desearía de nuevo estar en ese lago y reencontrarse con la onda expansiva, que sin duda, todavía viaja hasta su orilla, y así, al final saber qué contiene su interior (de qué esta hecha), algo que sin duda me dirá cuál es su fuerza, qué ha sucedido, y sobre todo, cuánto le falta a la vida.


3 comentarios:

  1. Me encanta esta nueva entrada. No sólo por su poesía y musicalidad, además, en ella encuentro los interrogantes que todos nos hacemos sobre la vida. Leyendo tu novela "Tomoko" se entiende perfectamente ese entrecruzamiento de momentos tan dispares de tu vida: el judo, la filosofía y la literatura. Me gustaría saber si las elecciones que tuviste que hacer para cuadrar todas esas expectativas las viviste como una tragedia o como una posibilidad enriquecedora que el presente-futuro te ofrecía.

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  2. Por cierto, Alfredo, si no me equivoco el que está haciendo un Uchi-mata al japonés judoka eres tú. Te he reconocido por la barba y el pie vendado.

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  3. Muchas gracias Elena por tus amables palabras.
    No, no tuve que elegir, la onda expansiva era "independiente de mi", y en ella se contenía todas las expectativas; pero te engañaría si te dijese que fue fácil el camino entre el presente y el futuro, pues sí que viví una tremenda esquizofrenia al tener que bregar durante un tiempo con las dos actividades simultáneamente, porque ambas no sólo parecen dispares sino, según mi punto de vista, son contrapuestas, la lucha física con la "filoratura".
    Me encanta que me hayas reconocido en la foto, veo que sabes algo de Judo. Sí, es un uchi-mata a un japonés, que además sale en una de las escenas de "Tomoko". Lo del pie vendado no era una anomalía, para mi desgracia siempre lo llevaba así.

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