jueves, 22 de mayo de 2025

La Paraeta: el costumbrismo parroquial

    La Paraeta salió hace pocos días del horno.

    Una antinovela, La Paraeta es mi nueva propuesta literaria, este es la primera obra contra el costumbrismo. La Paraeta es la historia de un pueblo, La Paraeta es mi Regenta. Espero que algún día, no muy lejano, se pueda hablar de la literatura de los pueblos. Esa era mi pretensión: darle un hachazo -o paraetazo- a ese costumbrismo recalcitrante.

 

    Así hablaba en otra entrada anterior, el nueve de enero del año 2024, del costumbrismo. La entrada se titulaba "La fascinación por el costumbrismo: el narrador paleto en Navidad":

Esta novela -La Paraeta- será la primera en la que utilizaré mi nuevo costumbrismo; lo llamaré el costumbrismo de la Montañeta, o el costumbrismo de Torrente-Arcanente. Con dicha novela comienza mi homenaje a Edith Warthon. Es verdad que cualquier costumbrismo se asienta en el conocimiento de los paletos, unos más listos que los otros, pero paletos al fin. 

De la misma manera en la que Warthon describe su Manhattan, y  su Quinta Avenida antes de ser lo que ahora es -magnífica obra La edad de la inocencia- yo describo mi pueblo, su avenida principal con su Fuente de las ranas, la avenida que al llegar a su final nos lleva a la Montañeta.

    Tengo necesidad de seguir hablando de este costumbrismo tan recalcitrante, del que hablé las anteriores navidades.

    ¿Cómo llamar a este modo diferente de narrar? Muy pronto me vino un nombre, el costumbrismo moral, o mejor dicho todavía, el costumbrismo parroquial. ¿Quién, entre sus recuerdos más tempranos, no encuentra la parroquia en la que se desarrollaban? Y con parroquia me refiero a pueblo, barriada, calle, barranco, esquina o chaflán, lo que sea.

    ¿Quién no tiene uno de esos? ¿Un Montoro, un Don Benito o un Manhattan? Yo tengo mi pueblo, por lo que podríamos llamarlo costumbrismo torrentino o mediterráneo, o simplemente, costumbrismo -sorollano- marítimo, pese a esos quince kilómetros de distancia, más o menos, a los que mi pueblo está del mar.

    La antinovela fue un experimento, un experimento con una única intención: meter toda la sensibilidad de mi historia con la herramienta de la vulgaridad humana, intención poco manida. No creáis que estoy contra la belleza un tanto artificial de esos mundos irreales e imaginarios y demás criaturas raras de las que se nutre la literatura -no pretendo enturbiar ni los mundos ni las criaturas-. Pero, eso sí, hoy puedo decir que nos encontramos ante un realismo... un realismo algo chabacano, para lo que precisé escribir de manera diferente: el escritor debe ser versátil.

4 comentarios:

  1. Alfredo, enhorabuena por tu nueva publicación. Tengo ya en mi poder tu nueva novela y me ha sorprendido muy gratamente. ¡Menudo sentido del humor! Siempre hay en tus novelas ese toque de ironía y humor que las hace inconfundibles, pero en "La Paraeta" es algo consustancial. Me está encantando. Tan solo quería preguntarte el por qué de tu crítica tan radical a lo que llamas el "costumbrismo parroquial". Gracias y de nuevo felicitaciones.

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  2. Muchas gracias Elena por tus ambles palabras ¡Cuánto tiempo!
    Siempre odié los puntos de vista reducidos, las miradas pequeñas -umbilicales-, el ojo subjetivo, o sea, la vida parroquial. Mis personajes, esta vez, no piensan en el mundo, simplemente se miran a si mismos; lo que les hizo ser novelables fue su estado mental, el creerse importantes. "La paraeta" no es solo para reírse, también hay que llorar.

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  3. Estupendo, Alfredo, sí, tienes razón con "La paraeta" no solo se ríe, se llora también. Pero al leer tu respuesta me quedo con ganas de saber más, ¿por qué ese odio a lo umbilical, a la vida parroquial? ¿Qué problemas genera lo parroquial?

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  4. Muchas gracias Elena.
    El odio hacia la mirada escasa es muy configurativo para mí. Lo que más me molesta de la mirada del que tiene ojos "miopes o bizcos" es que, simplemente, no ven la magnitud de los problemas en su totalidad. Las pequeñas miras no sirven para delimitar los problemas. Solo sirven para agrandar los síntomas, peor aún, para fallar en los diagnósticos, incluso obligan a que los problemas dejen de asustar.

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