Es necesario que la bestia, el narrador impertinente que todos llevamos dentro, se retire a los cuarteles del invierno de la vida, después de hacer lo que sólo él puede hacer, a saber, escribir una trilogía, o un cuarteto a lo Durrell. Al principio de la carrera literaria aún están demasiado afiladas las garras: en mi caso hizo falta que se suavizasen dichas aristas relacionadas con la agresividad en la escritura. Es necesario que se pulan las garras, hasta que estas den paso a las uñas, y un poco después a yemas de dedos.
Así es como nace en muchos autores la narrativa de la memoria, siempre desde la emoción de lo vivido y, sobretodo, de lo recordado. Podríamos decir que en ese estado de ánimo (tomando la vida como el catálogo de dichos estados de ánimo, todos distintos) es cuando un autor escribe con el corazón en la mano. De este modo surgen las novelas emocionantes con una carga autobiográfica, por supuesto mediada con la fantasía. A la bestia no hay que domarla, sólo es preciso dejar que el tiempo apacigüe su fuerza.
Así es como nace en muchos autores la narrativa de la memoria, siempre desde la emoción de lo vivido y, sobretodo, de lo recordado. Podríamos decir que en ese estado de ánimo (tomando la vida como el catálogo de dichos estados de ánimo, todos distintos) es cuando un autor escribe con el corazón en la mano. De este modo surgen las novelas emocionantes con una carga autobiográfica, por supuesto mediada con la fantasía. A la bestia no hay que domarla, sólo es preciso dejar que el tiempo apacigüe su fuerza.
La narrativa de la memoria no la he inventado yo, sólo me debo a ella con la creencia absoluta de que "lo ocurrido siempre vuelve".
Entiendo bien lo que quieres decir con tu entrada, ahora bien, como no conozco toda tu obra percibo que tienes otras dos novelas -hablas de trilogía- en las que utilizas las mismas garras que en El fósil vivo. Supongo que son igualmente irónicas y desgarradoras. No sé si en tu caso tiene que ver no sólo con el inicio literario sino también con la juventud. En nuestra etapa menos madura nos mostramos impertinentes y con el paso del tiempo perdemos fuerza, y como bien dices, sacamos lo más emotivo de nosotros anidado en nuestros recuerdos. ¿Tus yemas de los dedos evocan la emotividad que todos llevamos dentro?
ResponderEliminarCuando he leído el título de la entrada he oído a la bestia; cuando he terminado de leerla he escuchado a alguien con yemas en los dedos. No creo que te guste el adjetivo, pero me han parecido muy descriptivas tus palabras.
ResponderEliminarQuerido/a Lago de Como:
ResponderEliminarMe encanta tu comprensiva actitud. La bestia deja de serlo cuando sus garras se trasforman en yemas de dedo. Lo que quiero decir es que la bestia deja de serlo dando paso a un humano con la agresividad mutilada por diferentes causas. Se puede escribir sin esa agresividad, sin ese odio contenido. La pregunta es si se puede escribir algo decente sin que dicho escrito sea contra alguien. Yo aún no creo haber conseguido doblegar a esa bestia.
Las garras se pueden utilizar hasta para plañir el arpa. Sí, efectivamente hablo de una trilogía, Elena. Y las garras siempre son irónicas y desgarradoras, y nada tiene que ver con la juventud, sino con la fuerza desmesurada e incontrolada y perdemos nuestra impertinencia cuando dejamos de poder alimentarla. La nueva emotividad no es sólo un estado, también es una intención y es esto lo que me preocupa: ¿Cómo escribir con esa buena intención? Aún veo más saludable y sencillo afilar las garras que pulir unas uñas incipientes, casi podríamos decir, de leche.
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