lunes, 12 de julio de 2021

Mi nuevo método: desenfocar las experiencias hasta el absurdo

Seguiré el hilo de la entrada anterior. En esta comentaba que todo escritor tiene en su juventud sus experiencias bien activadas, y construye de este modo con ellas  sus novelas; es lo que llamé la carne de novela, el alimento para toda narración. Así lo dije hace casi un mes: "La carne de novela está hecha con experiencias manufacturadas, o lo que es lo mismo, con experiencias pasadas por el filtro de la imaginación".

En esta nueva entrada daré alguna pincelada de mi nuevo método para contar historias, método que precisa colocar las experiencias de una determinada manera: las experiencias deberán desenfocarse, con permiso, por supuesto, de la imaginación  que siempre está activada; ahora bien, el método que seguiré para desenfocarlas será diferente, según el objetivo que tenga en mente. Si el objetivo es una novela ordinaria, el método será presentar las experiencias al gusto del escritor; pero, si el objetivo es una antinovela -y esto es lo que es novedoso-, el método será algo más sofisticado.  En una anti-novela la distorsión de las experiencias tendrá que ser, como mínimo, a la carta, ya se trate de una anti-novela con narradores algo deficientes, personajes un tanto peculiares, o, simplemente se trate de una anti-novela con su historia un poco rara.

Creo que es una buena idea desenfocar las experiencias -hacerlas borrosas- para poder usarlas, y poder así convertirlas en el alimento para la narración. No se debe olvidar que dichas experiencias deberán ser consistentes, para que una vez ya desenfocadas no queden ridículas. Toda experiencia cuando la presentamos desenfocada puede parecer ridícula, pero tras un pequeño análisis saldrá a la luz su  consistencia.

¿Cómo se puede desenfocar una experiencia?

                                                                   Paraeta, Kiosco, en Valencia

 

                                                                            Paraeta desenfocada
 

Es bien sabido que todos los recuerdos son falsos. Si esto es cierto, toda experiencia basada en un recuerdo se presentará un poquito desenfocada.  Los recuerdos dan la cara embadurnados, por lo que las experiencias que provienen de ellos  también las veremos emborronadas, por mucha literatura que se les pegue. Las experiencias presentan su borrón como antifaz, como les ocurre a las caras de los menores cuando son censuradas para  proteger su intimidad. Esta manera de tratar la experiencia, a muchos puede parecerles  un tanto desmesurada, incluso atrevida. Para que no sea  tan difícil pondré dos ejemplos: 

En el primero contaré lo que dio de sí una simple experiencia: tenía en mi cabeza una escena de un tio mío moribundo. Mientras le llegaba la muerte un montón de hijas se arremolinaban ante él y lloraban anticipando lo que se les avecinaba. Antes del último suspiro llegó la nuera en discordia -la nuera indeseable-, la que estaba casada con su único hijo varón, y mi tío extrajo de su ánimo todo el perdón de los acontecimientos que habían tenido lugar. La escena estaba preparada para que el lector sufriera, pero se me ocurrió darle un toque cómico, para que el lector se pudiese reír un poco, por eso, años después de haberla vivido, la puse sobre el papel ya reciclada, embadurnada, emborronada o desenfocada, como se quiera. Me refiero a la escena de mi anti-novela La paraeta, que saldrá pronto a la luz.

El segundo ejemplo trata de la psicología de los narradores. En este caso me refiero a algo más actual, tiene que ver con la anti-novela que todavía estoy escribiendo. En este momento me propongo algo más difícil: intento que la omniscencia clásica del narrador -esa que a todos tanto apetece, y a la que nadie hace ascos-, esté en entredicho, es decir, que mis narradores dejen de ser unos superdotados repletos de metáforas, y que todo parecen saberlo, pues nada se les escapa; necesito que se comporten tan solo como simples humanos. En este trabajo presento a mis narradores -después de desenfocarlos- como deficientes cognitivos. 

Como se puede comprender sin esforzarse demasiado, en esta anti-novela además de estar desenfocadas las experiencias, también me encargo de trastocar la facultad que el narrador tiene para hablar de ellas. Invento -o creo- una mente distorsionada: mi narrador paleto, sin talento para la narración. Esa, y ninguna otra, es su valía. Necesito dar visos de congruencia a la total incongruencia.  Apostarlo todo a un narrador tan paleto que se cree un superdotado ¡Y anda que no es difícil!

 

3 comentarios:

  1. Es muy aclarativo todo lo que comentas de las experiencias desenfocadas. Me interesa mucho el aspecto metodológico que le das a la distorsión de las experiencias. Me ha parecido entender que, en tu caso, para elaborar una antinovela el embardunado de las experiencias lo llevas al límite. ¿Es esto así? Y en caso afirmativo me gustaría saber si lo realizas de esta manera porque construyes antinovelas absurdas o más bien grotescas?

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    1. Muchas gracias Elena, tu comentario es totalmente acertado.
      Para fabricar mis antinovelas preciso antes establecer la incompetencia del narrador. De rayar este lo absurdo debo meterme en su cabeza para escribir cada frase. ¿Cómo escribir no grotescamente, si el narrador es un ser absurdo? Ese es el límite: la deficiencia de mis narradores que pugna contra sus moralidades, siempre en entredicho. Lo absurdo es lo grotesco, simplemente.

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